De niños, idealizábamos el amor de pareja y soñábamos con ese príncipe. Así también idealizamos la familia, la maternidad, la amistad, el trabajo e incluso a nuestros propios hijos.
Desde pequeños, interiorizamos modelos, historias como la de Ana de las Tejas Verdes, donde me creía la huérfana. También aparecen expectativas sociales y culturales que nos dicen cómo "deberían" ser las cosas:
🏡La familia debe ser un refugio seguro.
👯Amistad, incondicional.
🚜El trabajo, fuente de propósito y realización.
🤱Hijos, una extensión de nuestras mejores intenciones.
🤰Nuestro cuerpo, el que teníamos antes de quedar embarazadas.
¿Qué pasaría si descubrieras que la vida real es más compleja, más ambigua, más incierta, a veces muy alejada de lo que soñabas?
El duelo comienza cuando se rompen esas imágenes.
Cuando descubrimos que:
🧑🧑🧒🧒La familia también puede doler,
😒Los amigos pueden fallar,
👨🎤El trabajo no siempre dignifica y,
🧑🍼Los niños no vienen a cumplir nuestros sueños.
Que no existe nadie –ni nada– que pueda llenar nuestros vacíos o confirmar nuestras expectativas.
Y en esa ruptura, algo muere. Muere quien albergaba la ilusión. Muere el personaje que vivía aferrado a la fantasía. Me gusta pensar que no reencarnamos en otra versión: más despiertos, más libres, más reales, más auténticos, con la oportunidad de reconstruir nuestro mundo desde la consciencia, el autoconocimiento, la compasión hacia uno mismo y la tolerancia hacia uno mismo y hacia los demás.
Es en ese momento donde vemos a las personas como son, no como las necesitabas.
Humanizar lo que te rodea –y a ti mismo– es uno de los actos más valientes y amorosos que puedes realizar por ti mismo y por los demás.