La vida pasa rápido. Demasiado rápido. Nos levantamos, corremos, cumplimos, producimos. Y en ese apuro constante, rara vez nos damos el tiempo de hacer una pausa real. No para mirar el reloj, el entorno o el celular, sino para mirarnos a nosotros mismos.
¿Hace cuánto no te detienes a sentir? No a reaccionar, no a resolver, sino a observar qué está pasando dentro de ti. Porque todo lo que está a nuestro alrededor nos toca. A veces lo notamos, a veces no. Pero nos atraviesa igual: una palabra, una noticia, una ausencia, una presión que se acumula sin darnos cuenta.
Enjuagar el alma no es una frase bonita. Es una necesidad.
Significa hacer espacio para lo que llevamos dentro. Sacar lo que pesa, lo que duele, lo que cansa. Lavar el ruido emocional que se acumula día tras día.
No es limpiar para olvidar. Es limpiar para ver con claridad.
Es llorar si hay que llorar, escribe lo que no se puede decir, parar y respirar hondo sin apuro.
Es conectar contigo, aunque solo sea por unos minutos.
No es fácil. Nadie nos enseña a hacerloPero es importante. Porque si no lo hacemos, esa suciedad invisible se va quedando. Y sin darnos cuenta, dejamos de sentir ganas de ser nosotros mismos.
Enjuagar el alma es un acto de rebeldía en un mundo que siempre nos pide más.
Y también es un acto de amor de propio