De chica crecí rodeada de gente que fumaba a nuestro alrededor. Era normal: los adultos fumaban y los niños simplemente estábamos cerca. Recuerdo que cuando jugábamos a “la mamá y el papá” oa “la agencia de viajes”, usábamos los colores como si fueran cigarrillos.
A los 14 años fumé por primera vez con una amiga. Estábamos en un centro comercial con ventanas enormes donde podíamos ver lo “cool” que nos veíamos. En mi juventud ya se sabía que fumar era malo, pero seguía siendo símbolo de rebeldía y estilo.
Fumé durante más de 15 años. Cuando nació mi segunda hija, decidí dejarlo por completo. Fue difícil, porque el cigarro me acompañaba en todo: al acostarme, al levantarme, en el baño, en la universidad, en los restaurantes, en las fiestas y hasta en los velorios. Era el “amigo fiel”. Pero tuve que elegir, y elegí parar.
Mi hermana murió de cáncer de boca, entre otras complicaciones. Sin embargo, a pesar de eso, después de su muerte, caí en una tristeza profunda y, volví a refugiarme en el viejo amigo. Al principio solo me acompañaba en el almuerzo y en la noche. Pero cada vez sentí que lo necesitaba más, y cuando no lo tenía, la ansiedad me invadía.
Felizmente, esa segunda “amistad” duró unos pocos meses. Esta vez elegí el deporte y mi salud.
Hoy veo con preocupación cómo el “viejo amigo” se ha disfrazado en nuevas formas: vapeadores, snus, cigarrillos electrónicos. Cada vez más adolescentes se inician en el vapeo pensando que es inofensivo, que “no pasa nada”, o que es simplemente parte de ser aceptado.
Pero detrás del vapor dulce y las luces de colores, se esconde la misma trampa: la falsa compañía que promete aliviar la ansiedad, la tristeza o el aburrimiento, y que en realidad termina atándolos silenciosamente.
Todos tenemos momentos de ansiedad, tristeza, soledad o vulnerabilidad. Es en esos momentos cuando buscamos soluciones inmediatas: alcohol, tabaco, vapeo, hierba, entre otros.
¿Y si, en lugar de hacernos daño, aprendimos a gestionar esa ansiedad de otra manera? Hacer deporte, llamar a un amigo, tomar una ducha fría, respirar profundo, pedir ayuda profesional para transitar esos momentos… Comunicar para sanar y avanzar es un acto de humildad y compasión con uno mismo. No es una pérdida, es un verdadero triunfo.
A esos padres, madres y cuidadores:
Nuestros adolescentes necesitan menos juicios y más acompañamiento consciente. Necesitan saber que no están solos para enfrentar la presión social, la ansiedad y el dolor. Hablemos con ellos, escuchemos de verdad, eduquemos con el ejemplo. El amor y la presencia son los verdaderos “amigos fieles” que sí salvan vidas.
“El primer paso hacia la grandeza es ser honesto con uno mismo."
— Séneca
De niño, crecí rodeado de gente que fumaba. Era normal: los adultos fumaban y los niños simplemente estaban cerca. Recuerdo que cuando jugábamos a la "casita" o a la "agencia de viajes", usábamos lápices de colores como si fueran cigarrillos.
A los 14, fumé por primera vez con un amigo. Estábamos en un centro comercial con enormes escaparates donde podíamos ver lo "cool" que nos veíamos. Incluso entonces, se sabía que fumar era malo, pero seguía siendo un símbolo de rebeldía y estilo.
Fumé durante más de 15 años. Cuando nació mi segunda hija, decidí dejarlo para siempre. Fue difícil porque el cigarrillo me acompañaba en todo: al acostarme, al despertar, en el baño, en la universidad, en restaurantes, en fiestas e incluso en funerales. Era mi "amigo fiel". Pero tenía que elegir, y decidí dejarlo.
Mi hermana murió de cáncer de boca, entre otras complicaciones. Aun así, tras su muerte, caí en una profunda tristeza y volví a refugiarme en mi viejo amigo. Al principio, solo me acompañaba durante el almuerzo y por la noche. Pero poco a poco, sentí que lo necesitaba cada vez más, y al no tenerlo, la ansiedad me dominaba.
Por suerte, esa segunda amistad solo duró unos meses. Esta vez, elegí el deporte y mi salud.
Hoy, observo con preocupación cómo el "viejo amigo" ha adoptado nuevas formas: vapeadores, snuss, cigarrillos electrónicos. Cada vez más adolescentes empiezan a vapear, pensando que es inofensivo, que "no pasa nada" o que simplemente es parte de la aceptación.
Pero detrás del dulce vapor y las luces de colores se esconde la misma trampa: la falsa compañía que promete aliviar la ansiedad, la tristeza o el aburrimiento y que en realidad termina atándolos en silencio.
Todos tenemos momentos de ansiedad, tristeza, soledad o vulnerabilidad. Es en esos momentos que buscamos soluciones inmediatas: alcohol, tabaco, vapeo, marihuana, entre otros.
Pero ¿y si, en lugar de hacernos daño, aprendiéramos a gestionar esa ansiedad de otras maneras? Haciendo ejercicio, llamando a un amigo, dándonos una ducha fría, respirando profundamente, buscando ayuda profesional para superar esos momentos… Comunicarnos para sanar y seguir adelante es un acto de humildad y autocompasión. No es una pérdida, es un verdadero triunfo.
A los padres, cuidadores y tutores,
Nuestros adolescentes necesitan menos juicios y un apoyo más consciente. Necesitan saber que no están solos ante la presión social, la ansiedad y el dolor. Hablemos con ellos, escuchémoslos atentamente y eduquémoslos con el ejemplo. El amor y la presencia son los verdaderos "amigos leales" que realmente salvan vidas.
“El primer paso hacia la grandeza es ser honesto contigo mismo”.
Séneca