¿Por qué algunas personas son felices mientras otras viven como si nunca hubieran conocido la felicidad?

Esta es una pregunta que me he hecho muchas veces, especialmente cuando pienso en la vida de mi hermana.

Se enfrentó no solo a uno, sino a tres tipos de cáncer diferentes. Tuvo que transformarlo todo: su cuerpo, su estilo de vida, incluso su tipo de sangre. Vivía en diferentes lugares según dónde recibía tratamiento, a menudo separada de sus hijos, sin saber cuándo podría volver a abrazarlos.

Y aún así, ella estaba feliz.

No porque su vida fuera fácil —de hecho, era profundamente dolorosa—, sino porque eligió ser feliz.

Ella estaba agradecida por cada amanecer, cada oportunidad de respirar, cada momento con la gente que amaba.

Ella no se veía como una víctima; era la protagonista de su historia.

Ella no permitió que las quejas ocuparan el espacio que la gratitud podía llenar.

La felicidad no siempre depende de las circunstancias. A menudo depende de nuestra actitud hacia ellas.

Quejarse refuerza todo lo negativo en nuestra vida; la gratitud abre espacios para ver lo que está funcionando, lo que tenemos, lo que todavía es posible.

Como escribió Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto:

“Al hombre se le puede quitar todo menos una cosa: la última de las libertades humanas: elegir su actitud en cualquier circunstancia”.

No podemos controlar todo lo que nos sucede, pero sí podemos decidir quiénes seremos ante lo que suceda.

La felicidad, en gran medida, es esa elección.

Imagen de Annie Plenge

Annie Plenge

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